martes, 9 de diciembre de 2014

Fated [Cap. 9]

Capítulo 9

La obscuridad se lo tragó y su cuerpo cayó como peso muerto sobre el suelo.
Los aterradores recuerdos de su pasado comenzaron a llegar. Tenía miedo.

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Desde pequeño había perdido a sus padres, pero siempre hubo gente que lo cuidó y alimentó con cariño. Entre más crecía, el joven Chinen Yuri soñaba con ser espadachín, un soldado que sirviera al líder de su aldea y trajera paz a la misma.
Conocía bien sus propias habilidades; piernas ligeras, flexibilidad en todo su cuerpo y gran destreza. Tal vez la fuerza física no fuese su fuerte, ya que no lograba formar nada de músculo por mucho ejercicio que hiciera, pero contaba con una rapidez como ninguno. Podía correr largas distancias y apenas cansarse y esquivar cualquier objeto tan veloz que era difícil distinguirlo.
Convencido de que tenía lo necesario, se enlistó en el ejercito de aquella aldea y se entreno duramente. Sus superiores no tardaron en notar que, a pesar de ser pequeño y de apariencia dulce, contaba con una extraordinaria habilidad que podrían explotar en los campos de batalla.
Para Chinen el entrenamiento era duro, le gritaban todo el tiempo y le enseñaban a no tener sentimiento alguno como piedad o compasión. Solo debía cumplir con una misión: matar a su oponente y nada más. Así que bajo ese mandato que le repetían sin cansancio, Chinen se convenció de que solo debía mantener eso en mente.

Cuando llegó el momento de librar su primera batalla, Chinen lo hizo como se esperaba, marcó una gran diferencia y logró vencer a más enemigos que diez soldados unidos. A partir de ese día, no dudo en hacer gala de sus habilidades, de pulirse día a día y lograr matar a mas enemigos que el resto de los soldados. Era como una competencia para él, se sentía sediento de sangre y de ese poder que comenzaba a ejercer ante los demás soldados. Poco a poco comenzó a ser temido hasta por sus mismos compañeros, pero eso no le importaba, solo necesitaba matar a todo aquel que le indicaran y sentirse poderoso.
Pero todo tiene un limite.
En una de las batallas por defender la aldea ocurrió lo peor. Todos estaban listos, sabían que el ejecito atacante los superaba en número, pero se sentían confiados porque Chinen Yuri estaba ahí. El monstruo sediento de sangre.
Le alegraba que lo llamaran así, sentía que no podía haber nadie más fuerte que él y con tan solo sentir aquello estaba dispuesto a matar y seguir matando sin piedad.
Aquella batalla fue más larga y sangrienta que cualquiera que haya vivido antes, un sentimiento extraño se apoderaba de él con cada movimiento de su espada. Deseaba más, más y más sangre. Al fin era el monstruo que tanto quería ser.
Su espada cortaba cabezas, extremidades, atravesaba pechos, todo lo que fuese necesario para derramar sangre, aquello no parecía ser suficiente. Se volvió loco.
Extasiado por el furor de la batalla, cegado por la aparente victoria, drogado por el olor de la sangre, comenzó a matar sin detenerse un segundo a ver si estaba degollando a un enemigo o no.
Sangre, sangre y más sangre. Sus heridas eran mínimas, la sangre que manchaba sus ropas y rostro, eran de cada soldado que había matado. Había entrado en una especie de éxtasis que lo cegó por completo, solo podía distinguir sombras frente a él y era a las que mataba. A cada instante se sentía poderoso, invencible. Hasta que ya no hubieron sombras, no había nada.
Por primera vez se sintió agotado, su respiración estaba agitada y con lentitud miró a su alrededor, fue así como volvió a la realidad y esta le cayó de golpe, aplastándolo contra el piso. El silencio resultó terrorífico, abrumador… no había nadie a su alrededor. Nadie.
¿Por qué?
¿Habían ganado?
Seguramente, porque estaba seguro de que había aniquilado a todos los enemigos, pero no veía a nadie familiar, ningún soldado o superior.
Siguió mirando a su alrededor hasta que distinguió en donde se encontraba. Justo en una de las calles principales de la aldea. Había sangre que inundaba el piso y al bajar la mirada el horror se incrementó.
Niños, mujeres, ancianos, hombres de campo, soldados, enemigos. Todos estaban muertos. Todos. Él los había matado. Acababa de arrasar con la aldea completa, ya no había nada que proteger ni por quien ser temido ya que todos estaban muertos. Él los había matado.

Con pasos temblorosos continuo recorriendo la aldea, tratando de recordar el momento en el que su espada había cercenado a tantas personas inocentes. Y las imágenes se hicieron claras en su memoria. Rostros aterrorizados, implorando piedad. Después sus oídos recordaron también y los gritos aparecieron dentro de su cabeza. Gritos desesperados, algunos llamándolo por su nombre, intentando que recapacitara, que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, suplicando que volviera en si, suplicando que no los matara.
Fue demasiado para él. Gritó.
Sintió como la garganta se le desgarraba en un doloroso grito y aún no era suficiente. ¿Por qué se había cegado así? ¿Qué le daba el derecho de sentirse superior a tal grado de tener que matar a cualquier ser viviente que se interpusiera en su camino?
Dolor. Frustración. Tristeza. Culpabilidad. Y asco.
Comenzó a odiarse, a sentir repulsión de si mismo. Soltó la espada e intentó limpiar sus manos, las cuales estaban salpicadas de sangre, pero estas seguían igual. El olor a sangre le dio nauseas y vomitó bilis. El sabor amargo le causó aún más asco pero ya no tenía más por volver. Aquello era imperdonable. No sabía en que momento había llegado a tal locura, pero necesitaba resarcir el daño de alguna manera. Estaba claro que no merecía vivir.
Como pudo, entre el aturdimiento y los sollozos que seguían saliendo de su garganta, buscó su espada. Las manos le temblaban, tal vez ya cansadas de haber sostenido aquella arma durante tanto tiempo, pero aún así se forzó, la empuño y se dispuso a atravesar su corazón con ella. Pero algo lo detuvo.
Una voz, pasos, después unas cálidas manos que le quitaron el arma y por último unos ojos negros tan profundos que reflejaban compasión.
Chinen parpadeó, no podía distinguir si era una alucinación o si era real. Quería morir y no estaba seguro de si ya lo estaba. Si era así, estaba decepcionado, sabía que merecía sentir dolor y no lo había sentido.
Fue entonces que la voz de aquel hombre lo despertó de su ensoñación.
-¿Qué pasó aquí?-
Chinen quiso responder, quería gritarle a aquel hombre que no lo tocara, que estaba frente al culpable de la masacre que tenía enfrente, que merecía morir. Pero no pudo debido a que su garganta estaba seca y desgarrada por sus gritos de antes, parpadeó y las lagrimas brotaron.
-Escuche gritos y creí que algo malo pasaba. ¿Viste acaso lo que paso, pequeño?-
En su interior, Chinen rió al escuchar “pequeño”. El era todo menos pequeño, al menos en su interior. Ahora era un asesino. Un monstruo.
-Ven conmigo, necesitas estar más tranquilo-
Chinen negó rápidamente, respiró profundo y logró encontrar un rastro de su voz para hablar.
-Yo… lo hice…-
Rasposa y llena de dolor. Así sonó la voz de Chinen. Aquel hombre lo miró sorprendido, lo miró detenidamente y tal vez comprendiera el por qué estaba bañado en sangre.
Chinen espero a ser repudiado y después asesinado por aquel hombre, sabía que lo merecía. Pero eso no ocurrió.
Aquel hombre sonrío con la misma compasión que mostraban sus ojos.
-Eso ya no importa. Vendrás conmigo-
Chinen intentó negarse, resistirse, pero su cuerpo estaba débil, agotado por la batalla y por el trauma, así que se desmayó y no supo nada más.

Gritos, sollozos y desesperación inundaban su mente, eran terribles pesadillas. Despertó en medio de un grito y se reincorporó de un saltó. Intentó regular su respiración, tenía el pulso acelerado y el cuerpo bañado en sudor, pero sobre todo tenia miedo, mucho miedo.
De pronto, la voz de una mujer llamó su atención y fue entonces que cayó en la cuenta de que se encontraba en un lugar desconocido.
-¿Cómo te sientes?-
Chinen miró a aquella mujer y solo tragó saliva, aún le dolía la garganta.
-No tienes que forzarte, debió ser terrible lo que presenciaste aquel día. Pero ya estás a salvo, el señor Yamada se hará cargo de ti, no tienes nada que temer-
Pero Chinen no tenía a nada que temer más que a sí mismo, quería explicárselo a aquella mujer pero decidió no hacerlo, ya suficiente tenía con aquella pesadilla, no quería revivir lo que había pasado, lo que había hecho.
En el transcurso del día lo bañaron, vistieron y alimentaron. Chinen apenas hablaba y cuando lo hacía su voz salía ronca. Pensó que lo mejor sería no volver a hablar jamás, pero estaba consiente de que aquello no era castigo suficiente para lo que había hecho. Tal vez ni la muerte fuese suficiente castigo.
-Luces mucho mejor, pequeño-
Esa voz, una vez más aquel hombre estaba frente a él, esta vez acompañado de un chico muy parecido a él, seguramente era su hijo.
-No soy pequeño-
Logró murmurar. Aquel señor soltó una carcajada y le dijo con amabilidad.
-Bien, creo que no nos hemos presentado-
-¿Usted es el señor Yamada, cierto?-
Y es que Chinen se la había pasado escuchando a todas las mujeres que lo atendieron, quienes hablaban maravillas de su señor.
-¿Y tu nombre es?-
Le preguntó a Chinen y este respondió de inmediato.
-Chinen Yuri, señor-
Se reverenció tal y como había aprendido en su aldea. Su aldea, su hogar. Lo que había destruido sin dejar más rastro que sangre por doquier. De nuevo se sintió asqueado, aterrorizado y seguramente aquello se reflejó en su rostro, ya que aquel hombre, el señor Yamada, se acercó a él y lo tomó por los hombros.
-Escucharé lo que tengas que decir al respecto a lo que sucedió ese día. No puedes tenerlo guardado para siempre-
Chinen bajó la mirada, aquel hombre tenía razón. Era momento de ser juzgado por su terrible pecado.
-Ryosuke, ve con Nakajima-kun, yo tengo cosas que hablar con Chinen-kun-
Aquel chico obedeció de inmediato y se marchó.
-Creo que estaremos más cómodos si tomamos un poco de té-
Chinen no respondió y tan solo siguió al señor Yamada a una de las habitaciones. Entraron y tomaron asiento sobre el tatami, poco después entró una mujer y sirvió el té.
-Comienza cuando quieras-
Chinen respiró profundo, tomó un poco de té para hidratar su garganta y comenzó.
Lo contó todo, desde que decidió entrenarse, como poco a poco un sentimiento de superioridad se apoderaba de él con cada batalla que libraba y lograba ganar sin el mayor esfuerzo, como éste era alimentado por los elogios de sus superiores y el temor de sus compañeros. Hasta el momento de la última batalla.
Describió aquello como locura, se cegó por completo y mató a cualquiera que se le pusiera enfrente, sin distinguir siquiera de quienes se trataban, aniquilando así a todas las personas de aquella aldea.
Las manos le temblaban al igual que la voz mientras narraba los hechos. El señor Yamada lo escuchaba con un semblante serio, como si imaginara todo lo que Chinen le contaba y tratara de asimilarlo.
Al terminar, Chinen se quedó en silencio, ya no había más por decir. Esperó a que el señor Yamada hablara, lo condenara a muerte o lo castigara de alguna forma, después de todo era lo que merecía.
Pero eso no ocurrió. El señor Yamada terminó su té, respiró profundo y miró fijamente a Chinen, con seriedad más no con dureza.
-Así que has sido tu el causante de esa masacre-
No era una pregunta, y sin embargo Chinen asintió como si lo fuera.
-A todos, en algún momento, nos llega a cegar el poder. Es por eso que una espada no es para cualquiera, hay que tener una mente fuerte para resistir el poder que ejerce sobre cada uno. El tener la facilidad de arrebatar una vida con una espada suele cegar a muchos, por eso se requiere un entrenamiento espiritual que acompañe al físico. Por lo que sé, los lideres de tu aldea ignoraban esto, o simplemente no le dieron importancia, y se enfocaron al entrenamiento físico, dejando a la mente sola, alimentándose de poder y ambición.-
Chinen no dijo nada, aquello era verdad. Jamás recibió un entrenamiento espiritual, solo físico. Incluso las palabras que les dirigían los superiores estaban llenas de egoísmo y odio.
-Puedo darme cuenta que tienes una gran habilidad, si aquello hubiese sido pulido con una estabilidad espiritual serías el mejor guerrero de tu generación. Pero aún estamos a tiempo-
Chinen miró al señor Yamada, éste le sonreía amablemente y un nudo se formó en su garganta.
-Señor… yo no merezco esto… usted debe castigarme… por favor-
Suplicó entre lágrimas. Al fin lloraba. Había gritado, tenía pesadillas, pero en ningún momento se había permitido llorar, hasta ahora.
-Creo que el castigo ya esta siendo impartido por tu propia conciencia, tu sentimiento de culpa no va a dejarte tranquilo nunca, te acompañara hasta tu último respiro. Pero aún puedes entrenarte como es debido. Yo te doy la bienvenida a esta aldea, te ofrezco estabilidad y la oportunidad de servir debidamente a un pueblo-
Chinen no podía hablar, las lagrimas seguían brotando, salvajes, desesperadas. El nudo en su garganta le dificultaba respirar correctamente y aún así siguió llorando.
-Nunca más guardes esas lagrimas, o podrían matarte. Hay una razón por la que todos, hombres y mujeres, sean guerreros o campesinos, podemos llorar. La tristeza puede matarnos, si dejamos que se acumule puede ser fatal, en cambio, si la compartimos y dejamos que fluya en forma de lágrimas, podremos sanar nuestras heridas. Podemos sanar el alma-
Con los ojos vidriosos, Chinen miró al señor Yamada y asintió con la cabeza, mientras las lágrimas continuaban brotando de sus ojos.

Fue a partir de ese instante que Chinen juró lealtad a aquel hombre. Se juró que lo protegería y protegería a su pueblo. Que sería su espada y su armadura de ser necesario. Así que se entrenó como debió hacerlo desde un principio, se fortaleció física y espiritualmente. Como bien le había dicho, ese sentimiento de culpa jamás desaparecía, estaba presente en todo momento, lo atormentaba en sus sueños, pero poco a poco aprendió a vivir con ello, a no despertar a mitad de la noche y a dejar que la pesadilla terminara. Ese era su castigo.
El tiempo transcurrió y la muerte del señor Yamada, el líder de la aldea, llegó a oídos de todos. Se sentía furioso, impotente, él debió ir con él pero éste no se lo había permitido, le había dicho:
-Aún no estas del todo listo, recuerda que la ansiedad por la batalla no es buena. Pronto podrás acompañarme. Esta batalla no es para ti-
Le había sonreído y se había marchado con el resto de sus soldados. Esas fueron las últimas palabras que le había dicho y ahora… ahora estaba muerto.
Junto a Ryosuke, juró vengar la muerte de su señor. A partir de ese momento la venganza inundó los corazones de todos aquellos que apreciaban al señor Yamada. Incluyendo a Chinen.

Pero no todo sale como lo esperamos y a Chinen le ocurrió. Pasó algo que había olvidado que podía existir. Amor.
Se enamoró de la persona que menos esperaba y de la que no debió enamorarse jamás. Pero ya estaba hecho. Lo amaba con cada parte de su ser y ahora, en medio de aquella batalla final, lo buscaba. Hasta que su mente vaciló y se desmayó ante el terror de la sangre en su espada una vez más.

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Tras haber matado a esos soldados que intentaron atacarlo al mismo tiempo, Yuya escuchó un grito. Conocía esa voz, sabía perfectamente de quien se trataba, y temió lo peor.
Esquivando combates entre otros guerreros, Yuya se abrió paso. Casi resbalaba al pisar un charco de sangre pero con ayuda de su espada logró mantenerse en pie. Su respiración comenzaba a agotarse, el hormigueo de su pecho desaparecía lentamente para abrir camino a unas ligeras punzadas de dolor. Creía estar herido pero no quería darle importancia, solo necesitaba avanzar, encontrar a Yuri y esperar a que siguiera con vida.
Mientras avanzaba, un soldado enemigo intentó atacarlo, pero Yuya estaba furioso, cansado y desesperado, así que levantó su espada una vez más y solo bastó una mirada fugaz para comprobar que era enemigo y proceder a atravesarlo con su espada. Hizo lo mismo un par de veces más hasta que al fin lo encontró.
El miedo se apoderó de él. Ahí estaba, tirado sobre el suelo terroso, manchado de sangre… Yuri estaba ahí y Yuya temió lo peor.
Sacó fuerzas de lo último que le quedaba, corrió como nunca lo había hecho, esquivó espadas y continuo corriendo, hasta que llegó a él.
Se dejó caer de rodillas al suelo y tomó el cuerpo de Yuri, lo abrazó con fuerza y ahogó un grito desesperado. De pronto sintió la suave respiración de aquel pequeño cuerpo que yacía entre sus brazos y la vida regresó a Yuya en un segundo. Estaba vivo.
Con ternura acarició su rostro y lo observó detenidamente.
-Estas vivo…-
Dicho esto, inspeccionó cuidadosamente el resto de su cuerpo, las heridas que tenía eran mínimas, nada mortal ni de cuidado. Solo estaba desmayado.
Yuya volvió a suspirar, lleno de alivio y felicidad. Pero no debió relajarse.
Mientras observaba a Yuri notó que las ropas de este se llenaban lentamente de sangre, una herida estaba abierta y la sangre comenzaba a ser demasiada. Asustado, Yuya revisó pero no encontró nada, fue entonces que comprendió. Yuri no estaba herido. Era él.

Keito atacaba pero Hikaru lograba esquivar con facilidad. Después Hikaru atacaba y era Keito quien se movía rápidamente. Ambos eran fuertes, estaban al mismo nivel, lo que comenzaba a complicar las cosas, aún ninguno lograba matar al otro.
Hikaru comenzaba a desesperarse, pero recordó que aquel sentimiento no lo llevaría a nada. Sabía bien, gracias a su mentor, que debía mantenerse en equilibrio si deseaba ganar, necesitaba seguir insistiendo hasta encontrar el punto débil de su enemigo. Pero el tiempo transcurría y continuaban iguales.
Las mismas heridas, simples rasguños. El mismo deseo de matar al oponente y la misma frustración por lo tardado que se estaba volviendo.
Parecía que eran una misma persona peleando contra algún reflejo, sus ataques eran muy parecidos al igual que sus defensas.
Keito jamás se había demorado tanto con un oponente, jamás había experimentado esa sensación de cansancio y agotamiento que lo invadía poco a poco. Jamás había pensado que su oponente era verdaderamente digno.
Hikaru sonrió. A pesar de que no ganaba ventaja, tampoco estaba perdiendo. Estaba tan satisfecho de poder seguir combatiendo, era la primera vez que lograba sentirse tan bien en una batalla.
-Esto no va a terminar pronto-
Dijo Hikaru mientras su espada chocaba contra la de Keito, éste había contraatacado fácilmente.
-A menos que tengas prisa, esto puede continuar-
Respondió Keito mientras empujaba a Hikaru con su espada y lograba recuperar terreno en la batalla. Pero no iba a ser fácil ganar.
Para ninguno de los dos.
“-Okamoto Keito…-“
Pensó Hikaru mientras lo observaba detenidamente.
“-Okamoto… Okamoto… Keito… ¿En dónde he escuchado tu nombre antes? Tu técnica es demasiado parecida a la mía. Esto no puede ser una coincidencia… y sin embargo es imposible que…-“
Y de pronto Hikaru cayó en la cuenta. Todo estaba claro ahora, todo tenía sentido. Era evidente el por qué Keito tenía un estilo tan parecido al de él.
-Dime una cosa, Okamoto. ¿Conoces las montañas del Oriente?-
Keito se sorprendió ante la pregunta, estaba seguro de que casi nadie conocía aquellas montañas.
-¿Qué demonios pretendes? ¿Conversar un poco antes de morir? Muy tierno de tu parte-
Hikaru soltó una carcajada. Keito lo miró detenidamente y se preparó para recibir cualquier ataque. Pero lo que recibió fue otra pregunta.
-¿Te entrenaste ahí, cierto?-
Los ojos de Keito se abrieron sorprendidos. Estaba seguro de que nadie sabía aquello, ¿Por qué Hikaru lo mencionaba?
Entonces comprendió. Era evidente, no por nada tenían la misma técnica, la misma fuerza, el mismo nivel de pelea.
-No me digas, ¿Acaso tú también?-
Hikaru volvió a sonreír y bajó su espada. Fue así como repentinamente recordó aquellos días, al igual que le ocurrió a Keito.

--- Unos años atrás ---

De donde provenía cada uno no importaba, habían escapado, cada quien con un motivo diferente.
Hikaru provenía de una aldea común y corriente, pero no estaba satisfecho con su vida, sentía que trabaja para morir, que no había un propósito real en su vida, así que emprendió aquel viaje en cuanto escuchó un rumor sobre ese lugar. No tenía familia ni amigos, así que prácticamente no tenía nada que perder si no encontraba nada y moría en el intento.
Keito provenía de una aldea muy pobre, todos a su alrededor morían de hambre día tras día, así que con el deseo de sobrevivir, emprendió un viaje sin destino, hasta que escuchó rumores sobre aquel lugar y decidió ir, después de todo ya no tenía un lugar al que volver ni al que añorar.
Ninguno de los dos tenía algo que perder, por eso estaban decididos a encontrar aquel lugar, famoso por los grandes guerreros que salían de ahí, pero temido por los exigentes entrenamientos, además de extremos. Aquel lugar se encontraba en las montañas del Oriente, famoso por sus cascadas que sanaban el cuerpo y al espíritu, por la paz que se podía respirar en el bosque y por ser rica en alimento. Pero también temido por las almas que protegían el lugar y que no permitían que cualquiera entrase sin pagar un alto precio. Esa era la razón por la que la mayoría de la gente solo se permitía hablar del lugar en sus conversaciones, nadie era tan valiente como para atreverse a ir a ese lugar, solo muy pocos lo hacían y no se les volvía a ver jamás.
Hikaru y Keito llegaron sin cruzarse jamás en el camino del otro. No tuvieron que lidiar con ningún espíritu maligno ni nada parecido, simplemente con un lago y sinuoso camino rumbo al lugar de entrenamiento.
Al llegar, encontraron a muchos hombres que cumplían con su entrenamiento y cada quien fue enviado con un mentor diferente.
Keito se adaptó fácilmente, estaba acostumbrado a dormir al aire libre, a comer poco y a no entablar conversación con nadie.
Hikaru era igual, no tenía problema para dormir en donde fuese, comía lo que le ofrecían sin protestar y hablaba con muy pocos.
Ambos desarrollaron rápidamente una fuerza sorprendente. Eran famosos en sus respectivos grupos, no había quien no hablara de ellos e imaginaba lo que podría pasar si se enfrentaban. Pero eso no sucedió.
De vez en cuando, Keito escuchaba los rumores sobre el otro chico, un tal “Yaotome” que, según decían, era muy fuerte y poseía grandes habilidades de combate y destreza.
Para Hikaru ocurrió igual, todos hablaban de un chico llamado “Okamoto”, el cual con solo una mirada lograba atemorizar a cualquier adversario, poseía una gran destreza y fuerza como ninguno.
Ambos se intrigaron con aquellos rumores, pero nunca hubo una oportunidad de verse frente a frente dentro de aquel lugar de entrenamiento.
Un buen día, Keito decidió marcharse al darse cuenta de que ya no le quedaba más por aprender, y así, tal cual como llegó, desapareció del lugar.
Poco tiempo después fue Hikaru quien se marcho, sintiendo que necesitaba darle un buen uso a sus habilidades y a su fuerza.
Los dos había tomado caminos diferentes, sin imaginar que en algún momento se encontrarían frente a frente, en una circunstancia que los convertiría en enemigos.

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-Ya veo, ahora te recuerdo. Al menos tu nombre-
Dijo Hikaru quien mantuvo su espada a un lado.
-Si, yo también escuché de ti en las montañas del Oriente. No pensé que sería posible encontrarte en una situación como esta-
Keito también bajó su espada y sin importar que Hikaru lo notara, relajó los hombros.
-Ahora sé por que no puedo vencerte-
Declaró Hikaru con cierta frustración, al mismo tiempo que esbozaba una extraña sonrisa. Tal vez intentaba resignarse, cosa que jamás había hecho en una batalla.
-Lo mismo digo, ahora entiendo todo. No solo eres fuerte, estas a mi nivel. Tenemos las mismas creencias, tuvimos el mismo entrenamiento-
Keito también soltó aquello con frustración. Le dolía admitirlo pero no había remedio.
-No puedo vencerte-
Dijeron ambos, al mismo tiempo. Se miraron con asombro y poco después una pequeña sonrisa se dibujo en ambos rostros.
-Eres como in igual para mi, Okamoto. Acepto que pelear contigo ha sido satisfactorio en todos los sentidos, pero no puedo ganarte. No podré matarte. Eso sería ir en contra de mi origen como guerrero del Oriente-
-Luchamos con la misma espada, sirviendo a lideres diferentes. Eso no es suficiente para pelear a muerte contigo. Si algo aprendí en esas montañas fue a respetar a mis iguales en pelea y eso mismo haré contigo, Yaotome-
Ambos se miraron, esbozando una sonrisa poco satisfactoria, pero a fin de cuentas seguros de que la pelea había terminado.
-Sin embargo-
Dijo Hikaru con la espada al hombro.
-Eso no significa que me rinda del todo-
Keito sonrió, el pensó exactamente en lo mismo.
-Me alegra que lo pienses, porque yo iba a decir lo mismo-
-Ya que no voy a matarte, al menos quiero marcar ventaja. El primero que quedé rendido de cansancio perderá ¿Qué opinas?-
Ante la propuesta de Hikaru, Keito pudo sentir la adrenalina correr por sus venas una vez más, estaba emocionado de nuevo y ansioso por volver a pelear contra Hikaru. Aunque este ya no sería un duelo a muerte.
-Bien, suena justo. No me siento obligado a derramar más sangre en nombre de mi líder, yo solo quiero pelear y contigo, es justo lo que obtendré-
Respondió Keito mientras sonreía satisfecho. Hikaru hizo lo mismo.
Ambos entraron nuevamente en posición de combate. Estaban por dar el primer paso y soltar el primer ataque cuando algo ocurrió.
Alguien gritaba, al parecer se acercaba a toda prisa mientras gritaba. Hikaru y Keito miraron en dirección al grito y se sorprendieron. No era alguien del Sur ni del Oeste. No reconocían al sujeto que se acercaba cabalgando a toda prisa, acompañado de un puñado de soldados.
-¡¡Alto!!-
Se oía a lo lejos y poco a poco todos se detuvieron, sorprendidos por aquella extraña intromisión.

No muy lejos del lugar, Yabu salía de una cueva oculta entre la maleza del bosque. Había dejado a Ryutaro en aquel lugar. Se aseguró de dejarlo bien oculto.
Pensó en volver a la batalla, pero no quería que cuando Ryutaro se despertara estuviese solo.
-¿Qué puedo hacer?-
Se preguntó mientras miraba hacia la pequeña cueva, luego giraba la cabeza y miraba en dirección al campo de batalla.
Mientras se debatía, algo se removió entre los arbustos, no muy lejos. Yabu agudizó los oídos y acercó su mano hacia la espada que le colgaba en la cintura. Estaba preparado a desenfundarla en el momento en que, quien quiera que fuese, apareciera y atacara.
Estaba listo, su respiración era lenta. Pensó que tal vez un soldado enemigo lo había visto huir y lo había seguido. Pues bien, estaba dispuesto a matarlo si era necesario.
En cuanto aquella persona apareció frente a Yabu, este desenfundó su espada y se puso en posición de ataque.
-¡No me haga daño! ¡Por favor! ¡No estoy armado!-
Yabu observó bien y notó que se trataba de un niño, y no de uno cualquiera, era Shintaro.
-Vaya, no esperaba verte por aquí-
Dijo Yabu, más relajado mientras guardaba de nuevo su espada y sonreía aliviado.
-¡Yabu-san!-
El rostro de Shintaro se iluminó y sonrió irradiando felicidad.
-Has llegado justo en el momento indicado. Verás, he sacado a tu hermano de la batalla, esta dentro de esa cueva. No quería dejarlo solo, pero ahora que tu estás aquí espero que puedas explicarle lo que ocurrió, ¿de acuerdo?-
Shintaro asintió rápidamente.
-¿Le ha ocurrido algo a mi hermano?-
-Solo está inconsciente-
Dijo Yabu con tranquilidad, y tuvo que apresurarse en aclarar el porque debido a la expresión en le rostro de Shintaro, la cual reflejaba una terrible preocupación.
-Lo tuve que dejar inconsciente para sacarlo de ahí, pensé que no iba a querer escapar por su cuenta. No es grave, pero estará un poco adolorido. ¿Crees poder cuidarlo?-
-¡Claro que si! ¡Muchas gracias, Yabu-san!-
Yabu sonrío con ternura y antes de marcharse se dirigió a Shintaro.
-Lo harás bien, no dejes que vuelva a la batalla si se despierta antes. Haré todo lo posible por volver aquí. Prométeme que no te moverás de aquí-
El pequeño Shintaro asintió eufóricamente. Entonces Yabu supo que podía marcharse un poco más tranquilo.
-Bien, entonces me voy-
-No mueras-
Le dijo Shintaro con los ojos llorosos. Yabu sonrió y le dijo con voz suave.
-No lo hare. Después de todo, alguien tiene que cuidar de tu hermano-
Y se marchó corriendo del lugar. Tenía que regresar a la batalla y ayudar a ganar ventaja, ahora que Ryutaro estaba a salvo, sentía que podía pelear con todas sus fuerzas.

Yamada estaba agotado, su cuerpo bañado en sudor y su respiración entrecortada. Pero lo que se mantenía intacto era su deseo de venganza. Quería matar a Arioka y terminar con todo, pero no era tan fácil.
Arioka sentía que las piernas le respondían cada vez menos, al igual que los brazos. Ya no quería estar ahí, deseaba fervientemente que todo terminara, pero también deseaba con todo el corazón vengar la injusta muerte de su padre. La oportunidad de vengarse estaba frente a él, a unos cuantos pasos, solo tenía que matarlo. Pero no era tan fácil.
-¿Qué te pasa Arioka? ¿Acaso ya no puedes mantenerte en pie?-
Le dijo Yamada mientras esbozaba una sonrisa burlona.
-Mira quien habla, Yamada. Tus cortos brazos ya no pueden sostener la espada. Ríndete ahora y tu muerte será rápida-
Ante el comentario de Arioka, Yamada soltó una carcajada.
-¡Eso jamás!-
Gritó furioso después de reír. Arioka lo miró fijamente, tratando de predecir su siguiente movimiento.
-¡Voy a terminar contigo ahora!-
Gritó Yamada mientras blandía su espada contra Arioka y se impulsaba con las pocas fuerzas que le quedaban.

Nakajima e Inoo continuaban peleando, heridos en algunas partes pero con el ferviente deseo de no rendirse.
De pronto, Inoo escuchó lo que Yamada había gritado, se giró rápidamente y observó como éste se disponía a atacar a Arioka con todas sus fuerzas, mientras éste a penas tenía energías para defenderse.
Inoo sintió pánico, debía ir a protegerlo. Tenia que salvarlo de las garras de Yamada o… o lo perdería para siempre.
Furioso ante semejante idea, atacó a Nakajima y logró herirlo atravesando su espada en el hombro de éste.
-No te atrevas a meterte en mi camino o la próxima vez no será tu hombro-
Nakajima sintió el dolor punzante que se esparcía por todo su cuerpo. Soltó un gemido cuando Inoo sacó la espada de tajo y se disponía a correr hacia la batalla entre los dos lideres.
-¡No creas que voy a permitir que intervengas!-
Gritó Yuto. La adrenalina opacó un poco el dolor y tomó su espada. Estaba dispuesto a matar a Inoo. Dirigió su espada directo a su pecho pero el dolor lo hizo trastabillar en el intento y la espada se clavo en el lugar que no esperaba. Justo en el hombro.
Inoo se dejó caer de rodillas ante la ráfaga de dolor que sintió y dejó escapar un grito. Nakajima sacó la espada, por su brazo corría un río de sangre, al igual que en el de Inoo.
-Estamos iguales. La próxima vez que intentes escapar de mi, te volaré la cabeza-
Ambos se miraron con odio. Inoo empuño su espada con fuerza y con gran dificultad logró ponerse de pie.
Nakajima se puso en posición de ataque mientras miraba de reojo como Yamada se abalanzaba en contra de Arioka. Cerró los ojos y deseo que aquello terminara rápido.
Inoo analizaba a Nakajima, al mismo tiempo que deseaba que Arioka se mantuviera con vida. Respiró profundo y deseo que todo terminara lo antes posible.

Arioka logró contrarrestar el ataque con su espada. Yamada estaba exprimiendo sus ultimas fuerzas, mezcladas con desesperación.
Arioka también usaba las pocas fuerzas que le quedaban, no iba a permitirse perder ante Yamada.
Los pies de ambos se clavaban más en el suelo a medida que empleaban más fuerza, ninguno estaba dispuesto a retroceder. Quien lo hiciera primero moriría.
De pronto, un grito se escuchó a lo lejos, en un principio ninguno de los dos distinguió lo que decía, pero comenzó a ser más insistente y a escucharse más cerca.
Poco a poco ambos perdían fuerzas y trataban de escuchar detenidamente, hasta que la voz se hizo más clara debido a que esa persona se encontraba a pocos metros de distancia.

-¡¡Alto!!-

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¡Esto ya se va a acabar! LOL
Así es, el siguiente capítulo ya es el último. Un fic corto para haber durado demasiado tiempo, ¿no creen?
Espero que hayan disfrutado con este capitulo, quise tocar al fin el pasado de Chinen y me siento un poco satisfecha con el resultado xD
Ya tengo avanzado el siguiente capitulo, el gran final, así que esperenlo pronto~ 
¡Gracias por leer! ^^